viernes, 23 de octubre de 2009

Bachi en el muelle, hablando del peligro sentimental de la herejía.


Te oigo, Bachi, puedo oírte hablar, tus palabras,
verte, incluso. Verte de pie, en el muelle, de noche,

en el muelle de siempre, en el que alguna mañana
mientras bajas las cosas de la embarcación: la comida,

la bolsa de dormir, los diamantes, el camello; o sea:
estás ahí adelante, no sé si sos una imagen o qué,

y hablas. Lo de la blasfemia es una impostura risueña,
decís. No te creo del todo, seguís diciendo, te pregunto:

¿cómo puede ser que estés siempre con lo mismo?
No hay que ser un adivino, después de todo, para

darse cuenta que esas cosas, las cosas sagradas,
esas cosas de las que siempre te estás burlando;

digo: ponerte un poco en paladín del diablo,
repetir sin pensar algunas sentencias filosas,

de las que escribió el visionario alemán, de esas,
escupir al cielo como si eso no tuviera efectos,

o qué se yo, Marcos, vos sabes de qué te hablo:
de tu impostura, de tu risueña impostura, ¿me entendés?

Te oigo, Bachi, ahora puedo oír bien clara tu voz:
parece un hilito de agua que anda raquítico por el barro,

eso parece. Y sin embargo: tu voz habla en serio.
De pronto, estás bien cerca, al alcance de mi mano,

ahí, Bachi, estás ahí: dejaste la embarcación, el muelle,
hiciste todo ese trayecto: desde el muelle hasta el árbol,

y lo hiciste como si volaras o fueras un ser sobrenatural;
que no sos, por otro lado. Y entonces, Bachi, entonces,

volvés a hablar. Tal vez yo tenga miedo, decís, miedo
de que no sea sólo una impostura, de que tus palabras,

esas palabras que a veces parecen cuchillos afilados,
se me claven en la carne, y me lastimen, Marcos.

sábado, 17 de octubre de 2009

san pablo apóstol, la parroquia.


Ahora vos lo decís como si fuera la vida de otro. Y es que:
no sé, no creo que sea algo tan importante, pero, digo: ¿no

es que el apóstol se cayó del caballo, Bachi? ¿No es así?
Y si fuera de otra forma, igual: ¿no se trata de hacerse el

idiota con las encrucijadas de la vida? ¿No se trata de eso?
Está bien, lo asumo: voy caminando por la nave central,

doy un paso, y otro, y otro, y otro más. Llego hasta el cura,
levanto la cabeza, abro la boca, espero. De golpe: la hostia

se deshace en mi boca, como si un cuerpo se confundiera en
su alma. Y vos, Bachi: ¿qué decís de todo esto? ¿Tenés idea?

paula, mi primera novia



Hay un cíclope en cada esquina del
barrio. Vigilan, y hasta creen saber
de qué lado cayó la moneda
de bronce. Cara o seca, no es fácil

adivinarlo, por otro lado.
Pero ellos siguen, con ese ojo
abierto de par en par. Es que no
hay modo de no sentirse igual:

paranoia; es decir: un signo
que se multiplica como el pan
del Nazareno. Está en todos

lados: en la cama, en la pared,
en la suela del zapato, y en
los botones de la felicidad.


miércoles, 14 de octubre de 2009

pilusín, mi jardín de infantes.


Vos vieras, Bachi, lo que puede hacer una maestra con sus alumnos:
descuartizar las palabras para que suenen todavía más alejadas de esos

manuales de autoayuda. Y no te hablo del alumno bonaerense, nada que ver,
lo de estos pibes es otro cantar: trafican con lo peor de las ideologías, con eso.

O sea: ellos creen a pie juntillas en que algún día el mundo va a ser otro,
no sé si mejor, pero otro. Y en ese delirio, se pierden de ciertas ventajas,

esas por las que terminamos saltando en una pata en la esquina. ¿Se entiende?
Bueno, Bachi, no importa, después de todo, la misericordia de algunos planteos

puede llevarte hasta quién sabe a dónde. Y si de escuelas se trata, no hay dudas:
todas y cualesquiera que existan, se paran sobre sus propias derrotas. Que son muchas.

zapiola 780, mi casa.


Siguen los restos del gomero y
los palos blancos de la rueda de
carreta. Todo tirado contra
la pared verde. Es ahí, justo:

un crucifijo destartalado
sobre las tejas del techo donde
unos cuantos siglos atrás una
mujer hizo lo que hace toda

mujer: gritar desesperada y
pedir a dios algo de piedad.
¿Qué se puede decir de esto?

Nada. Y si, es que no hay nada
detrás de las paredes. O no:
se ve un hueco nimio, superficial.

domingo, 11 de octubre de 2009

coty, mi hermana.


Sobrevivir a ese alubión de tendones como quien canta
y baila una tarantela. ¿Cómo se hace? Bah, después de

todo: se trata sólo de hacer equilibrio, precario y sincero.
Subirse a un par de zapatos taco aguja, mover la cadera,

de modo que el precipicio no se note, o que de la impresión
al menos de estar haciendo surf en alguna playa de autralia.

Tendrías que ver esa performance, Bachi, sobre todo vos:
dirías, seguro: esto es lo mismo que escribir una novela

en versos alejandrinos, olvidar los personajes, dejarlos
de lado, sin trama, para qué, y después, si: festejar.

adrián, mi hermano.



Desnudo, con la carne llagada
por el trabajo intenso, ruin de la
academia. Y es que tiene todo
apolillado el nervio desde que

un pigmeo trató de sobornarlo.
Y aunque sean malas noticias,
o se invente un acueducto de los
que mandan lejos el estiércol

de las teorías más sofisticadas,
aún así: él puede dar pelea,
y vencer al Goliat sin nombre:

el que devora las entrañas del
silencio. Ahí está su pena,
y su casa, devota y ciega.

jueves, 8 de octubre de 2009

mamá


A ver: la lámpara sigue en pie, en el rincón del cuarto,
en ese ángulo a veces lúgubre, a veces tierno, de donde


saltan, sin parar, los átomos en los que se convirtió, ciega
la naturaleza. Es que: ¿cómo hacen esos imbéciles morales


para tragarse cada una de las letras de aquel legado? No,
nadie en su sano juicio podría soportarlo más que ellos.


Digo: ellos pueden. ¿Por qué ellos? No se entiende. O
si: es que son bebés, máquinas frágiles que tiemblan.


Tiemblan a cada paso, hacen piruetas, y tiemblan:
agitan esos bracitos de langostas para todos lados,


y la cabeza, con sus ojitos negros que se fijan en la
mirada de uno. O sea: son ellos, hijos, hijos mártires


de una naturaleza sanguínea. Pero: la lámpara sigue

en pie, en su lugar. Espera. La luz, espera. A ellos.

papá


Es que se trata de una manifestación, Bachi:
no pueden faltar, seria una traición.
El tiene quince años, solo quince años.
Y si lo vieras caminar por esas calles,

te darías cuenta, en verdad, de su inocencia.
Es tan absoluta que ofende: no se puede,
no es posible vivir así, dormido y sin ganas,
entre los hombros de la gente, las banderas:

los cantos, el presidente, de traje riguroso,
que habla, mientras hecha espuma por la boca,
de golpes de estado y de encomias de guerras.

Es decir: el muchacho que tiene sus quince
metidos adentro suyo hasta el tuétano,
es el mismo que ahora salta, grita, baila.

lunes, 5 de octubre de 2009

lola



Sucede que dios se pone un poco nervioso, cómo quien dice. Sucede que no comprende. Desde lejos se pone a mirar con ojos claros. Y no sabe qué hacer, si reír o llorar. Sucede que se preocupa. Y mucho. Piensa en Eva, la primera mujer. Piensa en Eva y entonces dice que para qué hizo lo que hizo con la costilla, la famosa costilla. Que qué necesidad tenía; después de todo con Adán alcanzaba. Pero sucede que, cada tanto, sucede. Y dios siempre se pone nervioso. Ridículamente, entonces, hace las cosas que hacen los hombres: prende un cigarro y no fuma; sirve whisky en un vaso y no toma; recorre las páginas de un libro y no lee. Piensa. Muchas cosas. Y no logra intuir nada de ese torbellino oxidado, ese mecanismo caprichoso que desbarata aquello que él, tan paciente, planificó en su eternidad. Sucede que siempre sucede. Y un día, como hoy, cualquier día, una mujer quiere venir a este mundo a estropearlo todo. Y lo hace. Sucede entonces que dios se pone un poco nervioso.

juanpe


El milagro, eso. Y la risa liviana
que imita un trino desangelado,
se deja sentir en el cuarto:
impostura sagrada de lo vivo.

Es decir: un milagro, no sé de qué.
Pero se trata de eso: verlo moverse,
saludarnos, repetir nuestra angustia
y salpicar con su olor cada ventana.

Los conejos aparecen por el agujero,
de dos en dos, son cientos, miles,
y se desparraman por el patio:

inquietos, saltan, buscan, silban.
Y si: el milagro. Ese milagro:
ver aparece, alegre, a un hombrecito.

viernes, 2 de octubre de 2009

Tótem y tabú.






La impunidad es una tentación difícil.
Son pocos los que pueden plantarse,
decir, sin que suene a cosa impostada

o estribillo aprendido en el colegio de monjas:
no me interesa. Si hasta en su vulgaridad,
se los ve hermosos. A ellos. Esos muchachos.

Que son buenos y muchachos. Quiero decir:
vemos a un mozo levantando una mesa,
pasando por sobre las cabezas de los comensales,

llegando hasta el borde mismo del escenario,
ahí, donde el cantante, espera, todavía,
dar comienzo a la actuación. El mozo coloca la mesa,

el mantel, los platos. Y llega el tipo con su mujer.
Le da un billete de cien al mozo. Saluda al cantante.
Retira un poco la silla para que se siente la mujer.

Después, él se sienta en la otra silla que está enfrente.
El cantante lo mira, entonces, como esperando una señal:
Y comienza con el show: canta, el tipo canta, canta.