viernes, 29 de octubre de 2010

Un canto desafinado y ridiculo



· Un tipo desnudo y con el cuerpo cortado, podría pararse en la puerta de la catedral, a la hora en que termina la misa, y pegar un grito. Vomitar. Eructar. Y hasta mear y cagar en la vereda. Este tipo podría hacerlo delante del sacerdote que estaría de pie saludando a los fieles Y delante de una veintena de católicos que, asombrados, no lograrían entender de qué va la cosa. Este mismo tipo, ahora frente el palacio de justicia, justo unos minutos antes de que ingresen los miembros del máximo tribunal, todavía desnudo, podría mostrarles el sexo mientras vocifera una serie de consignas anarquistas. Los jueces, mientras tanto, impertérritos, no lograrían saber qué tipo de sentimientos deberían sentir ante semejante espectáculo. Y aún así, este mismo tipo, ahora un poco cansado de que sus gestos no tengan la respuesta que espera, podría ir hasta la puerta de un cuartel y todavía desnudo, cantar una versión obscena del himno nacional. Este tipo podría hacer todo esto y mucho más: insultar a una monja, limpiarse el culo con la bandera papal, reírse de la hipocresía de los políticos, no sé, este tipo podría hacer todo eso y hacerlo convencido de que lo que hace es un modo radical de cambiar el sistema. Pero este tipo nunca se daría cuenta de su propia ceguera: se sentiría un héroe desangelado cuando en rigor no sería más que un canto desafinado y ridículo en el banquete de los pordioseros.

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