viernes, 13 de noviembre de 2009

Entrada en la Habana (1 de enero de 1959)


A los leopardos.


En Ubik existe un estado intermedio entre la vida y la muerte: es algo así como estar dormido y como si estar dormido fuese estar muerto. En fin, los muertos no mueren del todo. Permanecen ahí, como congelados. No está claro si deberíamos viajar a Ubik. No parece un mundo feliz. Tampoco la realización de la utopía decimonónica: esa que soñaron los sociólogos prestigiosos, donde a cada uno le iba el sayo que le correspondía y donde se suponía que no habría lugar para las lágrimas. Es que los sociólogos prestigiosos nunca supieron que reescribían el mito escatológico del judeocristianismo: allá lejos, bien lejos, en algún lugar difícil de ubicar, habrá un punto límite, donde el tiempo concluya en un éxtasis de felicidad para todos y para todo. Pero la sociedad de Ubik es más pragmática. En Ubik existe algo parecido a la locura y a la muerte cotidiana.

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