miércoles, 25 de noviembre de 2009

La caída del muro de Berlín (1989)


El fin de la eternidad es una ecuación casi perfecta, a pesar de sus tremendas limitaciones de estilo. Y es que, en definitiva, es una prueba al canto de la distinción clásica entre forma y contenido, o entre argumento y escritura. Para el caso es lo mismo: a veces la dictadura de la forma puede opacar y hasta disciplinar cualquier rasgo de singularidad, que no es otra cosa que el estilo: esa manera tan especial en la que un autor se liga a su lengua. Pues bien, el fin de la eternidad no es más que un modo civilizado de resignarse y dejar atrás los prejuicios de cualquier esteta. Ya está. Lo sé. No está muy bien escrita es cierto, pero es encantadora y deliciosa. Sobre todo ese final: darse cuenta de la perfección de su trama. Pero además, el fin de la eternidad prueba que Borges, cuando decía ciertas cosas, mentía como el más filibustero de los filibusteros. Porque el fin de la eternidad es cualquier cosa, menos poética.

No hay comentarios:

Publicar un comentario