lunes, 9 de noviembre de 2009

17 de octubre

A mis queridos gorilas.
En la costa más lejana viven los dragones. Ahora mismo, si se emprende ese viaje – un viaje incierto, donde no solo se necesita algo de valentía, sino y por sobre todo: constancia – si se emprende ese viaje, decíamos, ahora mismo, tal vez, el que haga ese viaje logre verlos. Ellos viven ahí, en esa costa, la más lejana. Ojo, no es que se los tenga a mano, como quien dice, nada que ver. En la costa más lejana viven los dragones. Pero viven escondidos, algo ariscos, escapando de miradas indiscretas. Porque ya no se sabe qué quieren los dragones. La sabiduría necesaria para descifrar sus motivos se perdió entre los acontecimientos políticos menos gloriosos de nuestra historia. Y ese detalle fatal tal vez sea una de nuestras desgracias. Hay quienes se creen dueños de la ciencia justa que puede descifrar los gestos misteriosos de los dragones. Pero eso es una mentira. Nadie lo sabe. Por eso están ahí los dragones, en esa costa, la más lejana: ensimismados o esperando, no se sabe. A lo mejor esperan a que alguien se digne a pedirles que regresen. Es que algunos añoran su fuego: ese amarillo intenso, azufrado y revoltoso, capaz de purificar hasta las mismas mañas del diablo.

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