jueves, 2 de septiembre de 2010

Ellos cuatro.


Qué habrán pensado en ese instante, ¿alguien lo sabe? Están ahí, a punto de dar un paso hacia el final. Y ellos, ellos cuatro, ¿qué habrán pensado? Ahora, a nosotros, nos gusta creer que no sabían lo que hacían, pero eso es un engaño, rotundo, un modo de disculpar nuestro odio, o de entenderlo. Podemos verlos: están en el estudio de grabación. El aire del ambiente es tan denso que no sería un lugar común decir que se puede cortar con un cuchillo. Es verdad: están furiosos y el aire pude cortarse con un cuchillo. Ellos, están cansado y furiosos. Son cuatro tipos de treinta y tantos que llegaron a ese punto límite que hay en el amor: después está el odio. Es que desde hace unos siete años, prácticamente, viven juntos como si fueran un matrimonio de a cuatro. Al principio, fue el sueño de pibe hecho realidad: fama, mujeres, alcohol, y la adulación siempre sospechosa de los periodistas. De golpe cuatro pibes eran los reyes midas del espectáculo: todo lo que tocaban se convertía en oro. Y no hablamos, solamente, del dinero. Si, por supuesto, era el dinero. Pero había algo más: como un halo que les caía encima, no sabemos: esa sensación de que sí, eran comerciales y vendían millones de discos y llenaban todos los estadios, pero decimos, esa sensación que teníamos todos, esa sensación, repito, de saber que esos tipos, esos tipos que apenas si sabían los dos, tres acordes que se necesitan saber para tocar rock and roll, esos tipo, estaban escribiendo algunas de las canciones definitivas del cancionero de occidente. Eso, ¿se entiende? Hagamos una lista dispar: Eight days a week, You´ve got to hide your love away, We can work it aut, Nowhere man, She said, She said, Happiness is a Warm Gun, Because, y Across the universe. Cualquiera de nosotros daría hasta a su propia madre con tal de ser el autor de una sola de estas canciones. Porque cualquier de nosotros sabe la verdad: esas canciones, el secreto oculto de esas canciones, no está en su complejidad, que no la tiene, está en su rara simpleza, en eso. Son canciones que podríamos haber escrito cualquiera de nosotros. Por eso, los odiamos. Porque ellos, esos cuatro tipos de treinta y tanto, que ahora, en este preciso instante, están a punto de cruzar esa calle, ahora que están cansado, melenudos, sin nada de la inocencia que supieron tener, esos tipo, ellos cuatro, saben lo mismo que sabemos nosotros.

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