jueves, 9 de septiembre de 2010

Un adoquín duro, muy duro te parte la cabeza, Julián.


Sos un mocoso, Julián. Tenés 14, 15, más no. Estás de pie, frente a la vidriera, mirando los discos de vinilo que difícilmente vayas a comprar. A pesar de que hace una hora y media que saliste del colegio, todavía, llevas el uniforme puesto: pantalón gris, corbata azul, camisa celeste y blazer azul. Hace frío, Julián. Y estás desabrigado. El frío invernal te cala los huesos, Julián, y vos, ¿podes creerlo?, vos, Julián, vos estás ahí, como un marmota, solo, mirando no sé qué cosa de esos discos, que están ahí, en la vidriera; en fin: ¿quién te entiende? De pronto, entrás. Hablás con el vendedor. Y no se sabe cómo pero lográs que el gordo se levante, deje el cigarro encendido en el cenicero del mostrador, se acerque a la vidriera, estire un brazo mientras contrae la panza, saque uno de los discos, el que le pediste, seguro, ese, ese que ahora tenés entre tus manos. Lo mirás, Julián, entonces. Ves la tapa: simula ser un diario. Y aunque no entendés ni jota de lo que dice, te das cuenta de que el chico regordete y medio tonto que aparece en la fotografía es la ironía de algo, no sabés bien de qué, pero supones que es algo irreverente, blasfemo. Te gusta creer eso, Julián. Abrís la tapa, después. El diario sigue. Ahora buscas, un poco inquieto, la lista de canciones. Cerrás la tapa, la das vuelta. Nada. Siguen las noticias del diario; eso. El gordo, entonces, te da una mano: ¿querés escucharlo, pibe? Los movimientos tuyos y del gordo se suceden como si fueran el mecanismo sincronizado de un juego en un parque de diversiones: le das el disco, lo agarra, se acercan al mostrador, lo saca, lo pone, lo escuchan. El gordo, entonces, vuelve a su cigarro, mientras te devuelve el disco, un poco ajeno. Y vos, Julián, después de oír el ruido de la púa dando contra los surcos del vinilo, y antes de que suene la música, vos, que tenés la tapa del disco abierta entre tus manos, vos, Julián, de pronto, te das cuenta que ese disco es un disco de rock con una sola canción que ocupa los dos lados, como si fuese una sinfonía o algo así. Eso te gusta, Julián. Te hace sentir sofisticado. No lo sabes, pero es una superchería, Julián: vos te pensás que lo que está por salir a todo volumen por los parlantes es semejante a cualquier sinfonía de Mahler, sin saber que son un puñado de canciones tocadas una detrás de otra. Después suena la música. Y vos, Julián, con tus 14, 15 años, por unos cuantos minutos, y delante de la mirada irónica del gordo, vos Julián, sos feliz, bien feliz, de una felicidad efímera, una felicidad que nunca vas a recordar.

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