viernes, 21 de agosto de 2009

Mujer


Ahora está sentada sobre la baranda, mirando al río, sintiendo la brisa entre sus piernas; fuma. Dentro de unos segundos, ya lista, tirará el cigarrillo al agua, se pondrá de pié, agarrará la cartera negra, se la pondrá entre el codo y las costillas, se acomodará la falda, subirá por la vereda, caminará una, dos, tres cuadras, hasta la avenida, esperará un taxi, lo hará detener en la esquina; adentro, acomodándose, dirá: a Chacarita; llegará justo a tiempo, bajará del auto, se acercarán varias personas, y con esa expresión propia de quienes están en los cementerios, la abrazarán, algunos dirán resignados: quévaser, otros no dirán nada, y unos pocos, llorarán en su hombro; entones ella, sin llorar, con una entereza un poco excesiva y hasta inoportuna se arrimará al ataúd, al lado del cura, que la esperará para leer las palabras del evangelio y de ese modo, dar inicio a la ceremonia. Pero ahora está sentada sobre la baranda, mirando el río, dando una pitada tras otra, mirando ese río que no sabe bien quién, pero del que alguien dijo alguna vez que era el más ancho del mundo; y debe ser cierto, piensa; después de todo, más allá de algunos barcos que parecen moverse con cierta soltura sobre el agua, más allá de esa construcción circular que simula ser una prisión, el horizonte se adivina infinito, como el mar. Piensa, entonces, que apenas una media hora antes, sentada en la mecedora de la cocina, le dijo a su hermana, la menor, también de negro riguroso, que ella necesitaba pasar un tiempo, un rato no más, sola; y que la hermana dijo: sí, por supuesto, como vos quieras, y que agarró la cartera, esquivó el comedor donde sus hijos y sus nueras hablaban, salió de su casa, y caminó y caminó hasta que su cuerpo, ya viejo, no dio más, y llegó a la orilla de este río, para fumar tranquila, y mirar el agua y el horizonte, y darse cuenta, ahora se da cuenta, ahora que está sentada sobre la baranda, mirando el río, disfrutando de la brisa que hace mover su pollera, ahora se da cuenta, por esa cosquilla que trepa por entre sus pierna, ahí, en ese instante, lo comprende, después de casi sesenta años de vida y más de cuarenta de matrimonio, es cómo en las películas, piensa, como en las películas cuando la mujer mira a la cámara y no necesita decir una sola palabra para dar a entender lo que está sucediendo, con esa lucidez, se da cuenta de todo, y entonces, ahí, en ese instante: llora, ríe, tose; y una vez más: ríe, tose, llora. Y de pronto, irrumpe, blanda, en cada partícula de su cuerpo, una sensación de tranquilidad extrema.

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