jueves, 17 de septiembre de 2009

El goce de la mujer.


En 1964, Billy Wilder filma uno de sus pocos fracasos comerciales, Kiss mi, Stupid. El año anterior había hecho un rotundo éxito: Irma La Dulce. Hoy, vistas a la distancia, parecen una película en dos partes. O mejor, la trama y el revés de una sola película. La última cuenta una anécdota transitada: la historia de amor entre una prostituta y un policía sin trabajo. Aun admitiendo que Billy Wilder pueda ser acusado casi de cualquier cosa, nadie lo trataría de ingenuo. Siempre supo retorcer sus argumentos hasta un punto en el que la liviandad y el cinismo conviven con una amabilidad inquietante. Irma no es la clásica prostituta de Hollywood, aquellas mujeres que viven su quehacer con una indignación un tanto artificial. O pretendiendo ser una nueva versión de la Santa Magdalena. No, eso no sería digno de Wilder. Irma, en cambio, quiere su oficio, le gusta ser puta. En ningún momento se le pasa por la cabeza que lo que hace suponga algún tipo de reproche moral. Por su parte, Nestor Patou, el policía, tampoco es un héroe, ni un antihéroe. En todo caso, es un desgraciado, un común y previsible desgraciado. Me arriesgo a decir que sin la exuberante actuación de Jack Lemon, Néstor Patou sería un personaje simple, prescindible, idiota. A Irma, en cambio, Shirley Maclaine la convierte en alguien tan adorable como sexy.
Pero como dije, lo que hace de esta película una película wilderiana, es su trama: Patou es un policía ingenuo y escrupuloso. Y su escrupulosidad lo lleva al desempleo: ordena la detención de todas las putas (clientes incluidos) del prostíbulo de la ciudad. El asunto es que entre los clientes se encuentra su propio jefe, el comisario. Patou, sin trabajo, llega a un bar. Y se enreda en una pelea con un tipo. Lo que no sabe Néstor es que ese tipo es el chulo de Irma La Dulce, la prostituta más cotizada del barrio. Tampoco sabe que si logra vencer al chulo, automáticamente, se convertirá en el chulo de Irma. Siguiendo el estilo vodevilesco del primer Chaplin, Wilder logra en apenas cinco minutos, transformar la vida de Néstor: de tonto vigilante a desempleado sin destino, y de desempleado sin destino a tratante de blancas. Pero esto es sólo el prólogo de la película. O si prefieren, la manera que encontró Wilder de repartir las cartas del relato. Acto seguido, viene el verdadero conflicto, ahí donde Wilder quiere poner el dedo.
Néstor está enamorado de Irma; Irma está enamorada de Néstor. El amor, sin embargo, no es el problema, el problema es algo más prosaico. Para Irma el amor es una cosa y el trabajo otra. En una palabra: ella siente orgullo al llevarle plata a Néstor, su nuevo chulo, después de una larga jornada. Para Néstor, en cambio, es una desgracia: no sabe cómo lograr que su mujer sea de él sin ser de otros. La angustia lo empuja a crear un plan. Si un cliente paga todo el dinero de muchos, razona Patou, no hay necesidad de trabajar tanto. Entusiasmado con la idea, agrega: si ese cliente millonario soy yo, o un personaje interpretado por mí, mato dos pájaros de un tiro: tengo a mi mujer y mi mujer sigue con su trabajo.
Néstor Patou, entonces, interpreta el papel de un millonario inglés que pide exclusividad como cliente. Está dispuesto a pagar lo que Irma gana en una semana a cambio de ser único. Irma acepta, entusiasmada. A continuación se crea un típico círculo waildereanos: Irma atiende al inglés (que no es otro que el mismo Néstor disfrazado). El inglés paga el dinero equivalente a una semana de trabajo. Irma le da ese dinero a Néstor. Y Néstor, para pagarle a Irma como el inglés millonario, se ve obligado a trabajar por las noches en el mercado de carnes y verduras. A Néstor le resulta imposible mantener ese ritmo de vida. Y ese cansancio, al poco tiempo, se muestra en la relación con Irma. Irma quiere estar con su hombre, pero su hombre no da más, el cuerpo no aguanta, se duerme en todas partes. Irma, por consiguiente, sospecha de Néstor. Cree que la engaña. Así, encuentra en el ingles aquello que no encuentra en Néstor, comprensión. Al final, Néstor cae preso de su propia trampa: su mujer se enamora del personaje que el mismo interpreta. Para salir del paso, lo único que se le ocurre es asesinar al inglés. Como es de esperar en una película de Wilder, un policía, entonces, comienza a investigarlo. El final de la película es lo más tormentoso: todo el tropel de personajes asiste al simulado velorio del supuesto inglés. Y entre los presentes, ¿quién se encuentra? Alguien que dice ser el inglés.
La trama es impecable. El éxito de la película hizo que Wilder volviera a intentar por el mismo camino. Pero invirtió los tantos. Si en Irma La Dulce vemos cómo una puta se convierte en señora, y a su hombre haciendo hasta lo inimaginable para mantener a las dos, en Bésame, tonto vemos exactamente el reverso: una señora convirtiéndose en puta, y a un hombre queriendo desentenderse de las dos. Esto, por lo que sucedió, parece menos popular que lo primero.
Una vez más, el problema no es el amor. Spooner es un músico de un perdido pueblo americano, Clímax. Zelda, su mujer. En apariencia Spooner no tendría de qué quejarse: su mujer es linda y un ama de casa ejemplar. Spooner se gana la vida como profesor de piano, aunque su verdadera pasión sea el difícil arte de escribir canciones. Y lo hace con notable calidad. Pero quiere, como todo creativo que no le llegó su momento, ser popular: conseguir que un cantante famoso interprete una de sus creaciones. El asunto se precipita de golpe, y de manera un tanto azarosa: Dean Martin (haciendo de sí mismo) llega al pueblo para cargar nafta. Es ahí que Spooner y su mejor amigo (el dueño de la estación de servicio del pueblo) ven ante sus ojos una oportunidad irrepetible. Si Dino oye una de tus canciones, le susurra su amigo a Spooner, seguro va a querer interpretarlas. Y si las interpreta, prosigue Spooner, nos salvamos. Comprende, entonces, que lo que necesita, sobre todo, es tiempo. Tiene que lograr que Dean Martin se quede en el pueblo. Al menos una noche. Ahí nomás, el amigo de Spooner simula un desperfecto en el auto de Dean Martin. Dean Martin, ajeno al mecanismo de un motor, acepta el diagnóstico. El amigo de Spooner, entonces, exagera la nota: dice que el auto estará listo recién la mañana siguiente. Spooner, sin vueltas, invita a Dino a pasar la noche en su casa.
Una de las perlas de esta película resulta el propio Dean Martin interpretando a su alter ego: Dino. Dino es un cantante melódico de éxito. Lo que significa un cuarentón, medio tonto, buen mozo, alcohólico, y maniático sexual. Como es de esperar, este detalle, para Spooner resulta un problema. Entiende que Zelda, su bella mujer, es un bocado que Dino no va a dejar pasar. Pero además, conoce a su mujer. Sabe que ella tampoco va a dejar pasar una noche con el ídolo de su adolescencia. En una clásica secuencia de malentendidos, Wilder consigue mostrarnos la desesperación de un marido por el peligro que trae tener una mujer atractiva, primero; la decadencia de un hombre exitoso, segundo; y tercero, la existencia tediosa en un pueblo perdido.
Spooner, entonces, idea el siguiente plan: despachar a Zelda a la casa de sus padres, y contratar una prostituta capaz de interpretar el rol de esposa. Provoca una pelea con Zelda. Zelda, enojada, se va. Entonces aparece en escena Polly, la puta del pueblo. Por cierto, no es cualquier puta, es Kim Novak. Lo que quiere decir, un cuerpo implacable, tal vez irresistible. A partir de ahí la historia entra en un terreno donde la comicidad y el cinismo conviven con la despreocupación a la que Wilder nos ha habituado: Dean Martin, borracho, más que un seductor, resulta la parodia deslucida de un seductor. Polly, por su parte, no consigue cumplir el papel en la trama. O al revés, encuentra que el lugar de ama de casa no solo le gusta, si no que, además, no puede dejar de interpretarlo hasta el más mínimo detalle. Spooner toca sus canciones en el piano. Dean Martin, más borracho aún, sólo quiere hundirse en el escote de Polly. Pero Polly se resiste: está enamorada de Spooner. Zelda, la mujer de Spooner, cuenta su odio a los padres. Dice que su marido es un desgraciado, alguien que no valora lo que tiene en casa. Despechada, sale de la casa de sus padres y termina en el único lugar en todo el pueblo en donde se puede tomar una copa: el bar donde trabaja Polly. No pasa mucho tiempo hasta que toma unas copas de más. Mientras tanto, Dean Martín, comprende que no va a poder conseguir el cuerpo de Polly. Y se va, prometiéndole a Spooner interpretar sus canciones. Spooner y Polly, entonces, pasan la noche juntos.
Zelda, mareada, pide un lugar donde recostarse. La dueña del bar le ofrece la cama de Polly, que esa noche no trabaja. Zelda se tira. Al rato, Dino entra al bar. Como es de suponer, termina en la cama con Zelda. Zelda lo reconoce. Y pasa la noche con el héroe de su adolescencia. Al día siguiente, Dean Martin se va. Pero antes, le paga a Zelda lo que le corresponde por una noche de placer. Zelda recibe el dinero. Tal vez agradecida.

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