miércoles, 23 de septiembre de 2009

Palabras sobre la Histeria.


Ahora, Jimi Hendrix, está tocando la guitarra con la boca. Un poco después, se tapará los ojos con el brazo derecho y con la mano izquierda, en el puente de la guitarra, hará sonar la melodía de Stranger in the Night, la que cantaba Franck Sinatra. Sacará la lengua y la agitará en un claro gesto obsceno. Y volverá a tocar los acordes de Wild Thing, para después cantar la última estrofa. Sobre el final hará una calculada puesta en escena: primero simulará tener sexo con su propia guitarra y el amplificador de la guitarra; en segundo lugar, tratará de romper la guitarra contra el suelo – varias veces la golpeará contra el escenario como si se tratara de un hacha o de un palo-; y en tercer lugar, tirará querosén sobre el instrumento, y lo quemará, componiendo una pantomima que recordará un rito mágico, religioso o druídico; no importa de qué tipo de rito se tratará, para el caso es lo mismo: veremos a un tipo melenudo, algo ido, arrodillado, vestido con una camisa tipo Luís XV, pantalones rojos, botas con tacos, collares, un chaleco negro, delante de su guitarra hecha pedazos, como si estuviera adorando las ruinas o los restos de alguna diosa de la fertilidad. Este es el final de un concierto que durará apenas treinta minutos. Y en ese tiempo, Jimi Hendrix, sacará a pasear todos sus trucos: se contorsionará hasta deshacerse, hará gemir a su guitarra como si su guitarra fuera la amante obediente de un sádico que lo único que quiere es que la dejen en paz, y cantará algunas de las mejores canciones de Bob Dylan como si él mismo las hubiese escrito la noche anterior. Estamos en el Monterrey Pop Festival y es el atardecer del domingo 16 de junio de 1967. Tiempo después, se recordará esa actuación como la primera actuación en la que Jimi Hendrix dejará en claro por qué es considerado como el primero y el ultimo icono del guitarrista de Rock: barroco, encantador, infantil, obsceno y genial.

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