miércoles, 14 de octubre de 2009

zapiola 780, mi casa.


Siguen los restos del gomero y
los palos blancos de la rueda de
carreta. Todo tirado contra
la pared verde. Es ahí, justo:

un crucifijo destartalado
sobre las tejas del techo donde
unos cuantos siglos atrás una
mujer hizo lo que hace toda

mujer: gritar desesperada y
pedir a dios algo de piedad.
¿Qué se puede decir de esto?

Nada. Y si, es que no hay nada
detrás de las paredes. O no:
se ve un hueco nimio, superficial.

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